Nota central / La salud, no es lo primero

¿SABEMOS LO QUE COMEMOS?

Por Alejandra Tenaglia

Tendencia al sobrepeso detectada en los niños que se encuentran en edad de escolaridad primaria aquí mismo en Chabás. Profesionales de la salud, nacionales y extranjeros que afirman que la epidemia de la obesidad es ya una pandemia. Y un factor fundamental a detenernos, entre otros que también entran en juego: lo que comemos. Productos que contienen sustancias adictivas para generar cada vez más consumo, porque lo que importa y lo primero, no es la salud sino el dinero…


Malcomidos
“¿Por qué las vacas ya no comen pasto? ¿Desde cuándo los criadores de pollos no comen pollo? ¿Qué peligros esconde una ensalada? ¿Qué hay detrás de cada delicado plato de sushi? ¿Cuáles son los ingredientes secretos en los alimentos procesados? ¿Qué relación hay entre la falta de trigo, la exclusión social, el asesinato de indígenas y las catástrofes naturales? ¿Por qué cada día hay más obesos, más diabéticos, más hipertensos y más enfermos de cáncer?”
Estas preguntas, esenciales quizás para empezar a tirar de la cuerda que nos permita algunas respuestas sobre la realidad actual, figura en la presentación del libro “Malcomidos”, de Soledad Barruti, publicado en 2013. Libro que se estructura en Partes que a su vez se subdividen en Capítulos, conteniendo crónicas de entrevistas que ha ido realizando la periodista bonaerense, investigaciones donde ha puesto el ojo, ejemplos con nombres y apellidos, estudios a los que ha recurrido, cifras y citas, sumando notas aclaratorias al final de la obra y una larga lista de fuentes bibliográficas que sustentan las aseveraciones que allí se encuentran. Se puede coincidir o no, con las opiniones que también contiene el libro, pero los invito fervientemente a leerlo completo y así conocer, la trama que se esconde detrás de lo que se nos ofrece como “alimentos”.

Introducción al problema
Ya en la Introducción del libro, la autora nos tira sobre la mesa (precisamente), el intrincado panorama que abarca tanto al sector público como el privado, con un solo objetivo a la vista: el dinero; y con víctimas y victimarios pertenecientes a una misma especie. ¿No es ya paradójico ese comportamiento “humano”?
Veamos lo que dice Barruti:
“…en todos los rincones de nuestro país hay personas que alertan sobre los efectos que está teniendo: biólogos, ingenieros agrónomos, químicos, médicos, sociólogos, antropólogos, nutricionistas, empresarios, cocineros, víctimas, activistas y periodistas independientes que trabajan denodadamente para dejar en evidencia las graves consecuencias de nuestro sistema productivo industrial.
La carne que comemos tiene cada vez más grasas saturadas, antibióticos y Escherichia coli.
Los pollos y huevos, menos nutrientes y más bacterias.
Las frutas y verduras están repletas de venenos peligrosos que casi nadie controla, pero que tarde o temprano nos llegan a todos, incluso a los que comen frutas y verduras orgánicas.
Cada vez quedan menos peces en los ríos y en el mar.
Los feedlots, criaderos intensivos de cerdos y galpones de pollos y gallinas son grandes y crueles ciudades de animales que contaminan el agua y la tierra con residuos químicos.
La soja está destruyendo los suelos: a los pampeanos los expertos les dan 30 años de vida fértil y a los del norte, 10.
Los bosques están en extinción: queda menos del 30 por ciento de lo que había originalmente y cada hora desaparecen 36 canchas de fútbol de árboles nativos que mayoritariamente terminan ocupados por soja; lo que genera efectos directos sobre el clima, las sequías, las inundaciones, la biodiversidad y la vida de quienes intentan sobrevivir en ese ecosistema.
Los casi 300 millones de litros de agroquímicos que se utilizan por año en el país están intoxicando hasta la muerte a las 12 millones de personas que viven en zonas rurales.
Tierra adentro el movimiento más grande es la migración a las periferias urbanas: a villas miserias, a barrios sociales, a las banquinas de los campos. A lugares donde nadie tiene demasiado que hacer más que esperar recibir la ayuda del Estado. Una ayuda que se solventa con el ingreso económico que genera el mismo sistema productivo que los expulsó, alimentando un círculo vicioso que, de seguir, va a ser fatal.
Porque lo que se pierde cuando desintegran esas culturas no sólo son personas sino también sus saberes: cómo cultivar la tierra sin químicos ni semillas multinacionales, cómo cuidar plantas y animales, cómo consolidar una cultura productiva local, autosustentable, que alimente.
Este libro es un viaje a través de todas esas situaciones. Parte de uno de los alimentos que más cambió en los últimos años (el pollo) y recorre pueblos que parecen fábricas industriales, granjas de animales que por dentro son campos de tortura, criaderos vigilados como si escondieran negocios ilegales, cultivos venenosos y lugares que no tiene que ver únicamente con animales, granos y plantas, sino con políticas de Estado, con lógicas de mercado, con planes, con publicidad y marketing, y con turbios negocios que se cocinan a nuestras espaldas.
Este libro es entonces una denuncia, un reto y una invitación. Para quienes quieren recuperar el placer de la comida y creen que el conocimiento es el único camino. Para quienes quieren un país más sano, más justo y que no remate a su población, su tierra y su cultura en pos de una ganancia económica inmediata. Para quienes intuyen que están siendo malcomidos y quieren apostar por otro rumbo en el que eso no suceda nunca más”.
Es difícil resistir a la tentación de leer el libro, después de semejante presentación.

Obesidad y alimentos
Haciendo hincapié aquí en el tema que nos convoca, que es la salud y su inseparable relación con los alimentos, veremos que se nos advierte como simples y manejables máquinas traga-todo lo que se nos ofrezca, recurriendo para ello tanto al marketing como a artilugios mucho más dañinos y de los cuales es más difícil escapar, como la incorporación de sustancias adictivas en los productos. Barruti también refiere a ello en su libro:
“Hay estudios que muestran truculentas similitudes entre el consumo de alcohol, morfina y nicotina y el consumo de azúcar: nos provoca tal placer que no podemos escapar de él. Hay estudios que muestran cómo la sal y las texturas crocantes nos hacen pensar en que estamos haciendo algo incluso mejor que comer cuando comemos y no podemos parar de hacerlo. Hay estudios que comprueban que casi ni notamos las calorías cuando son líquidas y que por eso podemos tomar jugos sintéticos, cafés que parecen postres o gaseosas hasta estallar. Hay polémicos hallazgos de cafeína (sustancia que genera una gran dependencia) en productos como papas fritas, jugos sintéticos y chupetines, cuya presencia ahí no pueden justificar.
Así, mientras la industria sostiene que sus elecciones están basadas en darle al cliente lo que al cliente le gusta, y que el cliente es un individuo al mismo tiempo libre y responsable de sus decisiones, cada vez hay más chicos obesos y a una edad más temprana, adolescentes con relaciones más que conflictivas con la comida y adultos desesperados que se sienten culpables por hacer eso que se les pide todo el tiempo que hagan: comer, no dejar de comer”.
Aporta también datos sobre la ligazón entre enfermedades y alimentación:
“Según la Organización Mundial de la Salud, al menos un tercio de los cánceres que afectan a la población son producto directo de la dieta actual.
La diabetes tipo 2 (la que no es genética sino adquirida y afecta al 90 por ciento de esos enfermos) se esparce por niños y adultos como una pandemia que aumenta los índices de ceguera, discapacidad por amputación, infertilidad y muerte temprana. Con más de 300 millones de personas afectadas actualmente (en un índice que lideran las personas con menos recursos), la OMS calcula que para el año 2030 esa cifra se duplicará.
La obesidad afecta en el mundo a más personas que el hambre: 1500 millones de obesos contra 1000 millones de famélicos. Y la enfermedad -lejos de poder ser leída como un factor de la riqueza- es otra cara de la malnutrición que aflige más fuertemente a los pobres que a los ricos.
‘La epidemia de obesidad es ya una pandemia’, dice el pediatra y endocrinólogo estadounidense, especialista en obesidad infantil, Robert H. Lusting: uno de los profesionales más renombrados entre los dedicados a desentrañar cómo salir de la encrucijada y encontrar dónde se originó. ‘Tenemos una epidemia de bebés obesos, ¿le dirían también a un bebé que tiene que comer menos, que reprima su voracidad o que tiene que hacer más ejercicio?’
Ni siquiera se trata sólo de calorías, dice Lusting. Se trata de sustancias que están puestas ahí adrede, para hacernos comer y tomar y absorber las calorías que se sobreproducen.
Volviendo a los victimarios y a cómo logran hacer que sigamos metiéndonos cosas que nos dañan: ‘Yo lo llamo la Conspiración C. Cola -dijo Lusting en el programa The Skinny on Obesity de la Universidad de California para graficar en un solo ejemplo cómo funciona el asunto. La C. Cola tiene cafeína, que es un estimulante mental y un diurético: eso es que te hace orinar agua. Tiene 55 mg de sal por lata: es como tomar pizza. ¿Qué sucede si tomás sodio y orinás agua? Te da más sed, claro. Entonces, ¿por qué tiene tanta azúcar la C. Cola? Para ocultar la sal. Más sal y más cafeína: ellos lo saben’.
Con fórmulas como éstas, empresas como el gigante de las colas –añade Barruti- han logrado aumentar los recipientes de sus productos en más de un ciento por ciento en los últimos 40 años, haciendo que una persona tome en un cine un vaso con más de 40 cucharadas de azúcar, sustancia que por supuesto se transformará en grasa después de encender inútilmente los motores de nuestro cuerpo que permanece echado en su butaca.
Las gaseosas y los jugos pueden incorporar, según el tamaño del vaso, entre 500 y mil calorías. Por eso son señalados hace ya varios años como los mayores responsables de la obesidad que carga al planeta.
El éxito de la comida procesada es tan grande que en la última década la industria logró aumentar sus ventas a nivel global en un 92 por ciento, contagiando de entusiasmo a quienes sostienen que todo vale con tal de mantener aceitado el engranaje de la economía.
En el lanzamiento del Plan Estratégico Agroalimentario, por ejemplo, CFK habló sobre un tubo de papas fritas Lay’s transmitiendo orgullo nacional detrás del valor agregado que una empresa multinacional había logrado poner sobre las papas: grasas, sal, químicos y un envase difícil de biodegradar en los próximos miles de años. Lo que la presidenta celebraba era todo el trabajo detrás, claro. El problema es que al tratarse de alimentos, ¿es políticamente responsable seguir alentando a la sociedad a llenarse de calorías para mantener el sistema?”

Hay que alimentar al mundo
También este mito derriba Barruti en su libro, con un argumento difícil de rebatir.
“No se puede hablar de comida sin hablar antes de hambre cuando el argumento es éste: la superproducción, las semillas transgénicas y las granjas industriales de animales hacinados es lo único posible si se quiere que todos coman.
Ahora bien, si es así: ¿cómo se explica que haya hambre entre los pobladores de los mismos lugares que producen la comida? ¿Cómo se llega a eso en las zonas más fértiles de un país que abraza como destino el de volver a ser un granero del mundo?
En Chaco casi el 20 por ciento de la población vive bajo el nivel de indigencia, 15 mil chicos menores de 15 años están desnutridos, mal nutridos o anémicos y la población ha organizado marchas del hambre para que el gobierno reaccione. Todo eso mientras las cosechas son récord, y el desalojo de campesinos e indígenas para que los cultivos a gran escala puedan seguir avanzando se convirtieron en cosa de todos los días.
Entender lo que pasa en Chaco es entender por qué la superproducción y el hambre están íntimamente relacionados pero de un modo perverso: el contrario al que nos que quieren hacer creer”.

Acá nomás
La Comuna de Chabás ha informado que redobló el apoyo a los Talleres Saludables que se realizan en las escuelas, teniendo en cuenta los resultados que mostraron los profesionales de la Facultad de Medicina de la UNR, obtenidos a través de las visitas a los establecimientos educativos primarios a fines de 2014, cuando se realizó en la localidad el Campameno Sanitario, los cuales señalaban una tendencia al sobrepeso. En esos talleres se enseñan hábitos saludables, ligados precisamente a los alimentos. Dichos talleres vienen en realidad, realizándose desde hace unos años, lo distinto es la preocupación que el Presidente Comunal Lucas Lesgart manifestó sobre el tema y la intensificación del plan de trabajo para enfrentarlo.
Es una política a destacar, sobre todo tratándose de niños, a quienes es bueno inculcarles desde pequeños buenos hábitos para así velar por su salud, y porque ellos serán nuestros profesionales y gobernantes mañana. Ahora, es indispensable además una reflexión también de los adultos, un sentarse a meditar el asunto y romper la inercia que nos arrastra (diseñada específicamente para ello), hacia un lugar no grato.
Es bueno destacar que hay mucha gente, que de a poco, comienza a salir del ensueño que provoca el sistema e inicia un camino alternativo al que impulsa la marea con su fuerza agresiva. Pero esa mucha gente es nada en relación a la otra muchísima gente más que, o es parte del juego en donde el rey es el dinero y nada más que ello importa; o no quiere saber nada del tema porque reconoce que lo abruma y aterra; o se deja llevar por el discurso de quienes descalifican a todo aquel que diga algo en contra de lo impuesto, llamándolo “ambientalista”. Como si el serlo, en su caso, fuera malo; ¿lo malo no es acaso ser una persona a la que no le importa si los que lo rodean se mueren o enferman, como consecuencia de su accionar en pos de billetes?
Los alimentos pichicateados sin piedad, los problemas de salud y las mismas inundaciones que tantas veces sufrimos en Chabás, entre otros impactos ambientales, están ligados entre sí nada más y nada menos que por la euforia por amontonar dinero. Cada vez más, en menos tiempo. Cada vez más, en menos tiempo. Cada vez más, en menos tiempo. Aunque eso implique hacerles miserable la vida a los demás (sobre todo a los más pobres que no pueden acceder a alimentos menos nocivos); o incluso habilitarle, a través de enfermedades, más caminos a la muerte. Como si el aprender tantas cosas para lograr superproducción de riquezas, les hiciera olvidar algo tan básico como fundamental: sin salud, ¿cuánto vale el dinero?


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