¡Qué julepe! - Noviembre 2º



“EL CONJURO”


Por Lorena Bellesi
bellesi_lorena@hotmail.com

Existen personas que eligen un libro por la tapa, créase o no, las hay. Ahora bien, también es evidente que, para alguien desinformado, el póster de una película anuncia gráficamente el género de la misma. El afiche de “El conjuro” (The Conjuring) es sumamente elocuente en tanto compone un preludio fantasmagórico, sobre un film de características aterradoras. Una niebla espectral desdibuja un lacónico paisaje, en cuyo fondo se distingue una solitaria vivienda, mientras que en primer plano una soga a modo de horca pende de una lúgubre  rama, sin cuerpo humano a la vista. Aunque, recostada en la hojarasca, una silueta femenina parece haber escapado del mundo de los muertos.
El argumento de la película es muy simple y concreto, es el año 1971, una familia numerosa, compuesta por un matrimonio con sus cinco hijas, se muda a una retirada casa. Prontamente comienzan a sucederse una serie de hechos extraños e inexplicables, algunos, incluso, de cierta violencia. Cuando la situación se vuelve prácticamente incontrolable deciden recurrir a una pareja famosa de “demonólogos”, Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson, Vera Farmiga), es decir, expertos en cuestiones de índole paranormal. Esta historia, con matices fantásticos y perturbadores, no surge  de la imaginación de ninguna mente creativa, se trata de la recreación de algo que ocurrió realmente, las fotos finales en blanco y negro testimonian la veracidad del caso. El director James Wan (iniciador de la saga “El juego del miedo”) lleva a la pantalla grande las desesperantes experiencias de la familia Perron, acosada inclementemente por entidades siniestras, satánicas. Para hacerlo Wan incorpora todos o casi todos los elementos clásicos del cine de terror: muñecos sonrientes de aspectos siniestros, aparecidos, exorcismos, amigos invisibles, brujas sedientas de venganza. Los efectos aterradores, esos que nos hacen pegar un salto o tapar los ojos con la mano, no son productos de imágenes sangrientas o artificiales, para nada, son la consecuencia de un suspenso terrorífico, en un avanzar lento y oscuro hacia inciertos desenlaces.
El cine de terror prefiere como entorno dilecto a la noche, cuando se esconde el sol sabemos que se avecinan las penurias y complicaciones para los personajes, la falta de luz es compinche de lo tenebroso. Otro de los escenarios favoritos por este género es el sótano, especie de tumba subterránea olvidada, trampa mortal para incrédulos y corajudos. En esta oportunidad, los habitantes de la casa, de casualidad, lo descubren. El pausado descenso del padre, a modo de catábasis, es iluminado por la débil incandescencia de un fósforo, cuya duración fugaz lo deja solo en plena negrura rápidamente, cuando una nueva cerilla se enciende tememos los peor, ¿hay alguien más ahí abajo? Así el director juega con los nervios del espectador, quien tiene muy en claro que está mirando “una de miedo”. Otro ingrediente infaltable dentro del marco de lo aterrador es el sonido, puertas que se golpean y abren sola, objetos que estallan misteriosamente en el silencio, risas o voces macabras. La amenaza de lo maligno es poderosísima, traspasará los límites edilicios de la casa, inquietando a los mismísimos Warren, especialistas en hacer frente a las fuerzas diabólicas.
 El conjuro”, arremete contra la pasividad del público, al proyectar un espectáculo con pavorosos sobresaltos. Aterradora, estremecedora, alguno, quizá, dormirá con la luz encendida después de verla.


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